Caos y vida jurídica

1.-Agosto ya no es lo que era. Sin embargo, es cierto que existe todavía un hecho diferencial catalán –éste, indiscutible- que consiste en el aplazamiento del inicio del curso profesional. El 11 de septiembre es una segunda oportunidad que se le da al verano (e incluso algún rezagado aún alega la Mercè, fiesta de Barcelona, el 24 de septiembre). “Ja ho tinc bastant avançat, però ho concretem després de l’onze”, es una frase que suena mucho en estos días en nuestro CBD autóctono, el Eixample barcelonés.

El fenómeno descrito permite que en las agendas de los profesionales catalanes luzcan todavía casi intactos los buenos propósitos de septiembre, que ya han empezado a mustiarse en el resto de España.

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2.-Recuerdo, hace muchos años, una charla sobre los factores de estrés en los oficios del foro. Los abogados aludían a la pesadez de ciertos clientes, los letrados de la Administración se quejaban de las manías de las autoridades políticas, todos se veían impotentes ante el teléfono…Descollaba, sin embargo, una carga específica del ámbito del Derecho: el fárrago del ordenamiento y sus cada vez más aceleradas reformas. Precisamente, en este 2015 ya es casi imposible orientarse entre la maleza jurídica que ha proliferado. No será, por tanto, un año ordenado. Además, ya están en pie amenazantes modificaciones que avanzarán a uña de caballo en los próximos tres meses.

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3.-Consolémonos, al menos, viendo que la punzada del caos –ahora, en lo personal- también ha acompañado a ilustres personajes. Si les hablo ahora de Carlos Barral, muchos reconocerían en él un brillante editor –fundamental para la literatura del siglo XX- y un escritor magnifico –sobre todo, gracias a sus imprescindibles Memorias-. Estudió Derecho, por cierto. Sin embargo, en la soledad de su mesa también tuvo que enfrentarse a la vorágine que acompaña a los que trabajan con papeles, papelotes, fechas y compromisos:

Me imagino que muchos profesionales de la literatura o de otras vocaciones intelectuales acaban instalando cómodamente sus vidas en un régimen así, en el que consiguen poner orden y que termina por diseñarse como un proyecto de ser y de vivir. Pero eso no va bien a mi carácter y es incompatible con mi amor al desorden. Nunca llegaría a cumplir exactamente con los compromisos consecutivos del artículo periódico, la conferencia a medio plazo, el viaje a tres meses vista y los programas de creación literaria de lenta maduración. Habría que pensar en todo eso al mismo tiempo, borrar la jerarquía y el rango de importancia de los distintos trabajos e ingresar en un orden complicadísimo de las artes y los vicios del sobrevivir. Habría que aceptar en un cierto momento un proyecto de sí mismo hecho de fragmentos de proyectos anteriores y desistidos y armarlo pacientemente como un rompecabezas en el que no quedarían lagunas para la dispersión y para la ocupación espontánea del tiempo. Pero imagino que tales lagunas, esas bolsas de ausencia o de absoluta independencia, son biológicamente necesarias, imprescindibles para mantener la coherencia de cada historia personal en una forma distinta de la del programa de uno mismo. Cuando el programa las rechaza deben producirse de todas maneras de un modo doloroso e insano y ello debe de ser en muchos casos causa de depresión o de simple melancolía –malum inmedicabile, como dice Ovidio, tantas veces disimulado versificador de la ciencia-, que contamina irremediablemente las partes sanas con las enfermas y conduce al último helor de la respiración. Ovidio no se refiere al cáncer, aunque así lo nombre, sino a la envidia, que es, y eso ya no lo dice, uno de los motores secretos y constantes de la conservación del personaje de cada uno.”

Carlos Barral, Memorias.

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