El trabajo final de grado (TFG) ha muerto.

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                1.- Nuestros licenciados ponían el broche de oro a sus estudios con un trabajo que oscilaba, según los diplomas y universidades, entre el caso práctico o dictamen, la breve investigación o, incluso, la descripción de un experimento. Se han hecho magníficos análisis bajo este paraguas, pero lo cierto es que muchos colegas venían subrayando sus aristas. Por ejemplo, su imprevisibilidad. No se tenía nunca una idea clara sobre su valoración y, comparado con los esfuerzos de evaluación continua y acompañamiento del resto de materias, muchos estudiantes aplicados se sentían como si estuvieran tirando una moneda al aire. Los profesores, por su parte, se quejaban del abuso del “recorta y pega”. Por otro lado, mientras un grupo de muchachos disfrutaba en la lucha por exponer brillantemente sus puntos de vista, otro se encallaba ante el suplicio tantálico de leer y escribir.

            El TFG era, pues, un cervatillo débil y aislado en el rebaño compacto de las asignaturas. Por tanto, es normal que sea la primera víctima de los leopardos chateadoresGPT. Los esfuerzos de las universidades por organizar defensas orales de los trabajos en unos pocos minutos son una cataplasma de morfina antes del funeral.

            ¿Y qué me dice usted de los  ejercicios que ahora empiezan? Tranquilos, amigos:, yo mismo tengo algunos entre manos y, en este momento, nuestra responsabilidad académica es altísima: van a ser los últimos exponentes de esta fórmula. La historia nos contempla y tenemos que hacerlo muy bien.

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            2.- Más difícil es saber qué va a pasar con el resto de materias. El baile no ha hecho más que empezar y las posiciones son muy variadas. Recomiendo al respecto vivamente la lectura del artículo de Robert ZaretskyWords, Words, Words”* (The American Scholar, 8 febrero 2023), que conocí gracias a Arcadi Espada.

            Desde luego, todo son cábalas. El “trabajito” –que era el pariente pobre del TFG- ya está,  indiscutiblemente, descatalogado. Por lo que leo y oigo, gana adeptos la idea de colocar al escrito corto –hecho a mano y en clase- en el centro del sistema. En cierto modo, ya lo está. Este curioso retorno de la caligrafía (¡y de la sintaxis!) va a lograr, sin duda, un clamoroso recibimiento entre los estudiantes. Del test no voy a hablar, aunque sigo creyendo que es una buena técnica para obtener el carnet de conducir. En cuanto al examen oral,  es evidente que le espera una florida primavera, ya sea para exponer el vocabulario previo con el cual abordarán a la máquina o para explicar sus relaciones con ella.  

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            3.-Vuelvo al artículo de Zaretsky, que desdramatiza las transformaciones y nos conduce hacia los orígenes mismos de la enseñanza, hacia las escuelas griegas, que son las primeras que se preguntan seriamente qué es saber y qué es conocer. Y pudiera ocurrir que, frente al predominio de lo escrito, renaciera con fuerza la conversación inteligente. Y que, ante la educación mortecina que pasa por la vida como un trámite oficinesco más –eso ya lo hace mejor el ChatGPT-, se alzara como ave fénix la tarea transformadora, electrizante y humanizadora del enseñar y del aprender.

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