Sábados exclusivos.-Novedades en el frente.

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         Es conocida la frase de Spengler que afirma que, al final, es un pelotón de soldados el que salva la civilización. Quizás haya algo de ello en la acción de la cabo Roberto*, que ha roto los ciertamente débiles muros de la ley trans. Esto último nos los explica muy bien hoy la sabatina de Pablo de Lora, bajo el título “¿Es Ayuso una mujer?“. Ahora bien, como ocurre en cualquier guerra, siempre hay efectos colaterales derivados de las acciones de combate.

          En este caso, conviene recordar que una de las múltiples guías del “inclusivismo” lingüístico demandaba la feminización de los sustantivos que  aluden a los  grados militares. Esto es, empezar ya a hablar de coronela, tenienta, etc. Algunos tiquismiquis avisaron que el cambio planteaba diversos problemas, derivados del significado habitual e incluso peyorativo: “sargenta”, “generala”…Ante ello, otros propusieron mantener el sustantivo en masculino genérico y cambiar sólo el artículo previo. Por ejemplo, referirse a “la sargento”.

Por el contrario, la postura más tradicional -que puede oírse, por cierto, en el doblaje de grandes películas  bélicas americanas- insistía en el carácter genérico de la forma masculina tanto en el artículo como en el cargo y hablaba de “el sargento María Gómez” o “el sargento Jane”. Es decir, el masculino genérico abrazaba ambos sexos. Como puede intuir el lector, esta opción ha perdido fuelle y los apóstoles de lo políticamente correcto la condenan sin paliativos. Incluso parecía no gustarle demasiado a la Real Academia Española.

          Ahora bien, uno de los sustantivos con más dificultades era el relativo al grado de cabo. Sólo en alguna región iberoamericana se registra el uso de “la caba”. Por tanto, fue avanzando la solución consistente en hablar de “la cabo”. Ya se ve que la cosa chirría un poco, pero gracias a ese cambio muchas mujeres podrán alcanzar tal graduación (bueno, eso dicen).

          Sin embargo, la maniobra se ha complicado porque, ante el caso de Roberto, el capitán de la compañía lo va a tener difícil. La verdad es que nuestro cabo no se ha cambiado el nombre y, por tanto, en una acción de campaña, puede recibir -por ejemplo- las siguientes órdenes:

          -“La cabo Roberta, que se dirija a la trinchera”: no será ejecutada, porque Roberto no ha alterado su nombre.

          -“El cabo Roberto, que se dirija a la trinchera”: la orden es actualmente incorrecta, porque el uso de “el” no es admisible según la doctrina inclusivista, ya que Roberto es una mujer y así lo ha hecho constar registralmente.

          -“La cabo Roberto, que se dirija  a la trinchera”: en esta orden falla la coordinación, ya que “la” es femenino, pero “Roberto” es masculino.

          A estas alturas, evidentemente, la trinchera ya ha sido regalada al enemigo. Sin embargo, nuestro alto sentido del deber castrense nos impone una salida. Propongo recuperar la solución segunda, la más tradicional -la más “facha”, para entendernos-.

Es decir, que no se cambie ante ninguna circunstancia la expresión el cabo” (con independencia de que sean Robertos o Robertas). De este modo, se  atienden las modernas exigencias de la “ley trans” -Roberto se sentirá tratado o tratada como mujer, ya que “el cabo” vale para todos y todas-. Igualmente, se respetan la voluntad registral del sujeto, la tradición lingüística, las “pelis” de guerra de nuestra juventud y las exigencias de celeridad de la táctica militar.

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