
En el mes de noviembre del año 2019, se me ocurrió preguntar en una librería de la Avenida Corrientes de Buenos Aires si tenían algún libro de Agustín Laje. El librero, muy serio, me contestó: “No, aquí no tenemos nada de ese señor, ni tendremos”. Por aquel entonces, yo ya había leído con entusiasmo El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural, que Laje había escrito con Nicolás Márquez. Es un magnífico libro de combate, un resumen del tablero y un vocabulario que, en el año 2016 (que fue cuando se publicó el libro), era una novedad para muchos de nosotros.
Como suele ocurrir, consulté algunos videos en you tube de Laje y Márquez, que hacían emisiones juntos o por separado. Lage, un estudioso infatigable y agitador, con una retórica temible. De hecho, no he visto a nadie capaz de superarle dialécticamente en vivo. Márquez, con más retranca, duro, con implacable ironía, especialista en desbrozar la superchería de las fábulas biográficas de la izquierda iberoamericana, desde los montoneros y los mitos setentistas de la Argentina hasta el Che Guevara y Allende.
En alguna de las filmaciones aparecía un jovencísimo Javier Milei y su defensa viva y alegre del capitalismo en una Argentina gangrenada por el estatismo peronista. Discrepaba en algún punto de Laje y de Márquez, pero les unía una voluntad regeneracionista realmente atractiva. Milei saltaba incluso por encima de Hayek y se bañaba a veces en las playas nudistas de los libertarian norteamericanos.
Hoy Milei ya está en primera línea de fuego. No sabemos cuál será su evolución y, sin duda, no le esperan asaltos fáciles en el durísimo cuadrilátero de su gran país. Pero tiene un mérito innegable: ha entrado en los feudos populares de la izquierda con un discurso basado en el mercado y en la libre iniciativa. De este modo, se suma a otras tendencias que, desde diferentes perspectivas, están rompiendo el marco progresista dominante. Por ejemplo, el Frente Nacional avanzando en la banlieue y dándose el lujo de heredar al viejo PCF con un discurso basado en el patriotismo y el orden. O Giorgia Meloni, atenta a la realidad estratégica (como buena italiana que es), pero con un conservadurismo tranquilo y desacomplejado.
El papel de los medios de comunicación es ya patético. Todo es “ultraderecha”, “extrema derecha”, “fascismo”… Han manoseado tanto esas palabras, que ya no significan nada, como si fueran la etiqueta de conservantes y aditivos que nadie lee. El piloto automático que el establishment había programado para sus rotativas hace aguas por todas partes.
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