1.-Consulto les bases de les «Subvencions per a treballs de recerca sobre Administració Pública» per a l’any 2024. Després d’avançar en la fullaraca habitual de “becaris i becàries” (els becaris al davant, només faltaria) i de la important “persona investigadora principal”, prenc aire i em trec el barret davant un “tots els membres”, que sempre se’ls resisteix.
2.-A mig aire de la convocatòria em trobo amb el requisit de la “Designació del mentor institucional”. Només els homes poden ser mentors? Han decidit parlar correctament i deixar-se de galindaines? Se’m desperten totes les alarmes del masclisme i connecto tremolant amb l’enllaç que hi apareix. Em calmo una mica perquè, a l’apartat pertinent, ens indiquen que cal anotar la “Persona designada com a mentora institucional del projecte”. Ara canvien les tornes: només poden ser dones ( o bé homes que vulguin ser “mentores”, però en això no m’hi fico). De fet, l’exhibició continua i, al peu de l’imprès torna a referir-se inequívocament a [la] “mentora institucional d’aquest projecte de recerca” (sí, sí, com a substantiu).
3.- Com ho resolem? El text de la resolució parla de “el mentor”, però l’imprès annex es refereix en tres ocasions a “[la] mentora”. Per acabar-ho d’adobar, resulta que el títol de l’annex diu: “Designació del mentor o la mentora institucional”. Ves per on, en tot just una pagineta i mitja hem jugat amb el mentor, amb la mentora i amb el mentor o la mentora. Que n’és, de divertit, el batibull inclusiu!
Uno de los males de la doctrina del “lenguaje inclusivo” es su idealismo ya viejo, la idea infantil de que “cambiaremos las palabras y cambiará la realidad”.
“Una visión literaria del mundo supone profesar que el lenguaje es la realidad, que la conducta del hombre está solo determinada por la experiencia, que la casualidad no existe, que el progreso moral no existe, que la verdad no existe, que la vida tiene un propósito similar al de aquel que en el primer capítulo clava un clavo de donde en el último colgará el protagonista.”
Arcadi Espada, Vida de Arcadio, 2023, pp. 150-151.
La Constitución española ha recibido un golpe certero. No cabe invocar sus virtudes el viernes y pecar por la puerta de atrás el sábado. Esta reforma merecía un debate, si nos creemos que la norma suprema es algo más que una técnica de leguleyos para articular la jerarquía de los mandatos. Por esa línea va el artículo de hoy de Pablo de Lora.
La verdad es que había pergeñado algún comentario sobre el cambio de “disminuidos” por “personas con discapacidad”. Entre otras razones, porque es ir de un cierto grado de cualidades físicas y psíquicas al nivel cero (la falta de capacidad). De hecho, esos temas son el núcleo de esta sección. Tampoco parece aceptable a estas alturas la discriminación en contra de la mitad de los afectados, que ya nacen –ex lege– con una doble carga (persona con discapacidad y, además, varón).
Y, en fin, es fácil advertir que era el momento ideal para reflexionar sobre el papel de los principios rectores de la política social y económica y sobre lo que implica exactamente su aplicación y su carácter programático.
Sorprende, por supuesto, el escaso ruido doctrinal sobre todo lo anterior, quizá causado porque la característica central del intelectual posmoderno radica en captar la tendencia dominante y ponerse al rebufo. El matorral estaba repleto de pinchos: el drama humano, la complejidad y variedad de los daños que se sufren, la exhibición política del fabuloso “consenso” que se ha logrado, las baterías ya preparadas del pensamiento políticamente correcto…Mejor desviarse un poquito. Sólo algunos valientes, como don Pablo de Lora, se atreven a profundizar en la cuestión:
Las primeras informaciones son confusas. La República Argentina muestra en su conversación pública un alto grado de presencia y contaminación del «lenguaje inclusivo». Parece que hay una reacción leglslativa en marcha, auqneu lo cierto es que se referie a diversos aspectos. como muestra, traemos hoy aquí este reciente artículo de «Sitio andino»:
El artículo con mayor resonancia fue éste: «La estabilización de los habilitados (I),(II),(III)«. No entraba dentro de los «sábados exclusivos», pero en cierto modo sí los recoge, ya que no se me ocurrió duplicar «los habilitados y las habilitadas».
Situémonos: atmósfera inclusiva, sostenible y resiliente. Una vez puestos y limpitos, empieza el sonsonete: “agenda veintetreinta, agenda veintetreinta, agenda veintetreinta…“. Los que somos de letras tenemos que mirar el prospecto que amablemente se repartió al entrar. Bueno, parece que no es un ejército de treintas -de veinte treintas, para ser más precisos-. Quizá querían decir “agenda 600”, indicando la multiplicación 20 x 30. Pero sería impropio, ya que podría ser un homenaje implícito al Seat 600, propio de una época machista, insostenible y dictatorial.
En esa línea, también cabría una “agenda cincuenta” (20+30), pero no acabo de captar el sentido. No veo a los organizadores por la labor de encontrar los cincuenta justos de la ciudad. Creo que han querido decir “agenda 20 -30” porque, al paso que vamos, ya no llegamos al 40. Esa exégesis funde el fondo y la forma: “agenda 20-30, pero no habrá cuarenta”.
El asesor progre y enterado, no obstante, me acaba comentando la interpretatio autentica. Quiere decir “agenda dos mil treinta”, pero -lo siento, amigo- se nos coló el inglés: “agenta twenty-thirty”, como ellos dicen y nosotros calcamos, repitiendo como loros “agenda veinte-treinta, agenda veinte-treinta,…”. Quizá la ventaja de los que usamos habitualmente una lengua cuyo final no está lejano radica en oler con facilidad las interferencias destructivas, las primeras señales de que el invento ya va directo hacia el desagüe, pese al torrente repleto de perfumes inclusivos, sostenibles y resilientes.
Feliz Navidad a todos en este 2023 y prósperos años 2024, 2025, 2026…mientras el cuerpo y el planeta aguanten.
Rebo la primera invitació d’un acte per al Nadal. Aquest és l’assumpte que apareix al correu: “Acte homenatge professorat jubilat”. Déu n’hi do, quin tractament més burocràtic per als companys que han estat amb nosaltres. El redactor se’n adona potser i ho intenta arreglar en el text amb un “volem honorar als professors i professores que s’han jubilat enguany”. Bé, suposo que deu voler dir “els professors i les professores”, si el que es pretenia era personalitzar una mica i no liquidar el tema amb un desdoblament fet a la babalà i només per salvar l’expedient. Per cert, la cosa fa una mica de pudor perquè cita primer els professors, trencant un criteri cortès que ja ve del clàssic “Senyores i senyors…”.
Indiquen una llista per a inscriure’s i aquest és el títol: “HOMENATGE JUBILATS/DES. FACULTAT..”. Home, això vol dir que les dues formes separades per la barreta dels pebrots són: “JUBILATS/JUBILDES”
I de tota aquesta misèria en diuen “llenguatge inclusiu”.
Tal com hem dit als darrers dies, la instrucció de la Universitat de Barcelona sobre redacció de normativa tenia un profund significat que desbaratava el vodevil de la comèdia inclusiva. Venien després l’Institut d’Estudis Catalans i, ja a tot estrop, un bé de Déu d’especialistes han començat a fer llenya de l’arbre caigut.
Destaca, per exemple, la burla desfermada de Josep Martí Blanc (amb alguna broma finíssima a la qual jo mateix no m’hauria atrevit), en el seu article publicat a La Vanguàrdia del dia 28 d’octubre del 2023: “Ha esclatat la contrarevolució”*.A més de l’alegria per l’adeu al desdoblament obsessiu, l’autor posa l’accent en l’aspecte alimentari del teatret: adeu als manuals de “llengua inclusiva” de la universitat i d’altres institucions i adeu a les minutes (tot i que no serà fàcil que les deixin d’incloure al seu patrimoni o matrimoni o com es digui).
Amb un estil diferent, el sempre incisiu humor d’Enric Gomà opta per llençar a la paperera totes les noses “inclusives” (no sols la llauna duplicativa) i subratlla l’agilitat, com a qualitat del llenguatge de tota la vida que aquests bàrbars no entenen què significa:
Si el problema es la terminación en “a”, entonces Rebeca Argudo, como casi siempre, está muy atinada en su consideración. Por cierto, veo que hasta Intermón.Oxfam se ha montado su guía cuqui de lenguaje inclusivo y yo mismo se lo voy a proponer al presidente de mi comunidad de vecinos. Obsérvese que para esta guía debe haber una correspondencia entre el artículo y la terminación. Es decir a “el” le corresponde “o” en el final del sustantivo. Y a “la” le corresponde “a” (la bombera, la médica, la abogada…). Con esa sencilla regla, efectivamente, se debería hablar de “el periodisto” o “el electricisto” cuando fuesen masculinos.
Ya en serio: si se utiliza “la abogada” es correcto (el español parece más favorable a las flexiones, a diferencia del francés). Pero si se usa “la abogado” tampoco pasa nada, porque es evidente que se emplea el sustantivo en sentido genérico o neutro. Ni se denota sexismo ni pollas en vinagre* (lean la nota si consideran que es forzosa la excusatio).
, me estoy leyendo su guía del lenguaje no sexista y al llegar aquí me surge una duda: ¿Debo referirme entonces a los periodistos, los electricistos, los artistos o los dentistos hablo de hombres que desempeñan estas profesiones? Gracias.
Uno se encuentra escribiendo cosillas de vez en cuando. Si es por motivos laborales, el documento se anota en un listado burocrático y, a veces, aparece algún colega que te dice aquello de que “te he leído y no está mal”. A mí me gustan, por cierto, las recensiones o comentarios que te zurran un poco, porque es donde más aprendes. Si es un texto de entretenimiento que va más allá de lo profesional, te conformas con un “like” o con algún guiño por los pasillos.
Debo reconocer, no obstante, que esta humilde sección es la que ha levantado más interés en mi estimado público. A menudo, encuentro algún compañero en el café o me envían un correo electrónico desde no sé dónde comunicando la impaciencia ante el cierre estival y esperando ya la nueva temporada, como un Netflix surcoreano.
El artista se debe a su audiencia y, por tanto, vamos a enfrentarnos hoy con la Ley 5/2023, de 4 de agosto, del Panteón de Gallegas y Gallegos Ilustres. Vaya por delante mi absoluto respeto por las gentes y tierras de Galicia (tengo allí buenos amigos). Desde luego, la visión de la ría desde la viguesa fortaleza del Castro es una experiencia que te reconcilia con la vida. Pero la guerra es la guerra (cultural, tranquilos) y también una norma galaica puede ser convocada al campo de batalla.
Vamos a usar la versión castellana de la norma, aunque teniendo a la vista el original gallego. Ambos textos fueron publicados en el Diario Oficial de Galicia del 8 de agosto del 2023. Los que conocen esta sección quizá piensen que iba a salir a marcar el terreno con ese llamativo desdoblamiento. Sin embargo, estaba un poco desentrenado y pensé que era un intento de dotar de solemnidad a lo regulado (quizás en la línea del “burgueses e burguesas” del Cantar del Mío Cid). Hasta en siete ocasiones aparece en la corta norma el “Panteón de Gallegas y Gallegos” y el artículo 2 aún habla de “a las gallegas y a los gallegos”. Con esa insistencia, más que majestuosidad se gana en pesadez.
Pero, como digo, no tenía entre ceja y ceja esa duplicación hasta que me adentré en el pasado y observé, gracias a la exposición de motivos, que ya existía un “Panteón de Gallegos Ilustres” y que la norma pretendía, en definitiva, actualizar el régimen jurídico de esta venerable iniciativa. Sin embargo, la nueva Ley ha aumentado los requisitos para yacer mirando a la posteridad institucional. En concreto, se exige:
-Ser gallego.
-Ser ilustre.
-Ser hombre o mujer.
En efecto, la Ley señala el sexo de los sepultados y los distribuye en dos grandes conjuntos. Un ejemplo claro, pues, del efecto discriminador de la neolengua pseudoincluyente. Propongo, en consecuencia que, en concordancia con el nombre dado al panteón, se establezcan dos líneas de tumbas: una para las gallegas y otra para los gallegos.
En realidad, no obstante, el nombre que debería haber adoptado este santo recinto es el de “Panteón de las personas gallegas ilustres”. En efecto, la “personitis” de la redacción es abrumadora. Parece imposible meter tantas “personas” en el camarote de una breve ley de siete artículos, tres disposiciones adicionales, una disposición transitoria y una disposición final. Baste, como ejemplo, el primer inciso del artículo 4, que reza del siguiente modo:
“La escritura de constitución preverá que el Patronato de la Fundación Panteón de Galegas e Galegos Ilustres [sic]esté presidido por la persona titular de la Presidencia del Parlamento de Galicia, para lo cual contará con la asistencia de los servicios del Parlamento. Además de la persona que asuma la Presidencia, formarán parte del Patronato las personas integrantes de la Mesa del Parlamento y las siguientes personas en representación de las correspondientes instituciones: […]”
Todo esto se hace, como ustedes ya saben, para evitar sintagmas como “el titular”, “el Presidente”, “los integrantes” o “los representantes”, cuyo uso origina penas perpetuas en el infierno. Sin embargo, el mismo artículo (que aún tiene tiempo para meter cuatro “personas” más) contiene dos misterios que intentaremos desvelar. Conviene, pues, transcribir la segunda parte de este precepto (en la que se nombran los miembros del Patronato):
“ – Por la Xunta de Galicia, el titular de la Presidencia o la persona miembro del Consello de la Xunta en que delegue.
– Por el Ayuntamiento de Santiago de Compostela, la persona titular de la Alcaldía o la persona miembro de la corporación municipal en que delegue.
– Pola [sic] Archidiócesis de Santiago de Compostela, el arzobispo de Santiago de Compostela o la persona en que delegue”.
En la primera línea, como una meiga, se ha colado “el titular de la Presidencia”, que es un masculino genérico como una catedral, forzado para evitar “el Presidente”. Sin embargo, me interesa mucho más reflexionar sobre la segunda errata, que quizá no lo es. Aparece en la tercera línea, que se refiere a “el arzobispo de Santiago de Compostela o la persona en que delegue”. Se nota el tufillo machista en “el arzobispo”, que debería haber sido reemplazado por “la persona arzobispal” o “la persona que ocupe el arzobispado” o, incluso, “el arzobispo o la arzobispa”. Hoy vengo positivo y afirmo que sólo mi solución puede cambiar los fundamentos de la institución clerical, sustituyendo al reaccionario “arzobispo” por fórmulas inclusivo-eclesiales.
Aún podríamos escarbar en el texto, pero no deseo agotar la paciencia de las personas lectoras ni, menos aún, de las personas gallegas que hayan llegado hasta aquí. Baste añadir que, a la manera de la “santa companha”, el perseguido masculino para el género no marcado sigue apareciendo cuando menos te lo esperas -por ejemplo, los “destacados predecesores” de la exposición de motivos o “un representante” en dos ocasiones en el artículo 7.1- . Conviene alejar estos espectros con un rosario o con una guía bendita de lenguaje inclusivo (dicho sea, para ambos remedios, sin ánimo irreverente).