1.-Al eliminar el principio de economía del lenguaje, eso que llaman “jerga inclusiva” muestra una de sus características esenciales: es cansado y cansa. En realidad, los que lo usan (o, al menos, defienden su empleo) no suelen pasar del primer párrafo en un discurso o de dos o tres recordatorios en un texto más largo. Desde luego, en el lenguaje coloquial o periodístico su presencia es muy reducida. Y, cuando hay que decir algo importante, desaparece del mapa. Vamos a ver un par de ejemplos.
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2.-El primero corresponde a Pedro Sánchez. No es que el presidente del Gobierno haya puesto el acelerador en este tema, aunque es muy cansino con lo de “españoles y españolas” como adorno de salón. Sin embargo, en recientes entrevistas tuvo que lidiar con los datos borrosos suministrados a la Fiscalía española por el Rey emérito. La situación es delicada para el Estado. El Presidente, lógicamente, quiso ser contundente y, en unas declaraciones televisivas ampliamente reproducidas, no dudó:
“El presidente del Gobierno, en tono serio, señaló después de leer ese texto que Juan Carlos I aún “les debe una explicación a los españoles””.
El texto lo recojo de una noticia de El País de 8 de marzo del 2022. Desde luego, a nadie se le ocurre pensar en que las españolas no merezcan esa explicación.l Por supuesto, el resto de la noticia, ya bajo la batuta del redactor, sigue en la misma línea y comenta que el Presidente “fue más lejos que todos sus ministros en la valoración de los hechos conocidos ahora sobre Juan Carlos I.” La frase es perfecta y todo el mundo entiende que se trata del género no marcado (ya que es evidente que en el gobierno de Sánchez hay ministros y ministras).
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3.-La segunda muestra nos la trae la mismísima Ministra de Igualdad, Irene Montero. Es un caso significativo porque Montero ha apurado hasta la hez el cáliz de las duplicaciones cargantes. Sin embargo, ante el delicado reto de definir la “diplomacia de precisión” como solución a la guerra entre Rusia y Ucrania afirmó que:
“»La paz siempre se hace con el enemigo, si no hubiese guerra no sería necesaria la paz. […]”.
Además, apostó por «la diplomacia de precisión, la altísima política», que es «defender la negociación, la observación internacional de ese diálogo entre enviados del Gobierno de Rusia y del ucraniano»».
Por supuesto, está bien expresado. Los micrófonos estaban pendientes (dadas las disensiones en el Gobierno) y el mensaje debía ser rápido y exacto. Ahora bien, en la gramática extenuante de Irene Montero, lo lógico hubiera sido decir que “la paz se hace con el enemigo y con la enemiga” (si “la enemiga” queda fuera, quiere decir que con ella no es posible la paz).
Por otra parte –y esto es más grave- al hablar sólo de “enviados” su mente queda inundada por el supuesto código heteropatriarcal y excluye a las mujeres de la actividad diplomática. En efecto ¿No puede haber mujeres embajadoras? El tema es preocupante porque expulsa a las mujeres de la actividad diplomática que es, según su discurso, la gran constructora de la paz.
En definitiva, el jueguecito de “lo inclusivo” se olvida cuando uno se juega una consigna breve y relevante. Quizás, en el fondo todo esto no es más que un selfie, una pantomima (para evitar el anglicismo, que os veo venir).

(Fuente de foto).
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