Si el problema es la terminación en “a”, entonces Rebeca Argudo, como casi siempre, está muy atinada en su consideración. Por cierto, veo que hasta Intermón.Oxfam se ha montado su guía cuqui de lenguaje inclusivo y yo mismo se lo voy a proponer al presidente de mi comunidad de vecinos. Obsérvese que para esta guía debe haber una correspondencia entre el artículo y la terminación. Es decir a “el” le corresponde “o” en el final del sustantivo. Y a “la” le corresponde “a” (la bombera, la médica, la abogada…). Con esa sencilla regla, efectivamente, se debería hablar de “el periodisto” o “el electricisto” cuando fuesen masculinos.
Ya en serio: si se utiliza “la abogada” es correcto (el español parece más favorable a las flexiones, a diferencia del francés). Pero si se usa “la abogado” tampoco pasa nada, porque es evidente que se emplea el sustantivo en sentido genérico o neutro. Ni se denota sexismo ni pollas en vinagre* (lean la nota si consideran que es forzosa la excusatio).
, me estoy leyendo su guía del lenguaje no sexista y al llegar aquí me surge una duda: ¿Debo referirme entonces a los periodistos, los electricistos, los artistos o los dentistos hablo de hombres que desempeñan estas profesiones? Gracias.
«También tuve la suerte de que mi plaza era fija. Los profesores más jóvenes, entonces y ahora, serían mucho más reacios a expresar un punto de vista heterodoxo».
Camille Paglia, Feminismo pasado y presente: ideología, acción y reforma (2008).
No sé si podré esperar a que salga el libro. De momento, he resuelto el ataque de ansiedad con los remedios de la abuela. Sin embargo, para ir abriendo boca, voy a discrepar homeopáticamente con el maestro o quizá, con menos humos, intentaré matizar alguna cuestión.
Voy a emplear una distinción que no me gusta demasiado, porque usa a veces el fantasmagórico concepto de “institución”. Tengo que leer el libro (me ha asegurado mi librero -el último ya en la ciudad- que llega la semana que viene), pero se me ocurre que el “Estado parvulario” sí se toma el Derecho en serio. Es más, es casi lo único que se toma en serio (aparte de la toma del poder o de posiciones de poder, que en esto es muy leninista).
En efecto, en el caso que plantea el artículo de hoy se ve a las claras que al legislador le interesa la norma y, por esa razón, pone por escrito todas las excepciones a la regla que se le vienen a la cabeza. Lo que se le da una higa es la universidad y su funciones educativa e investigadora.
Llevo tiempo metido en temas de eso que llaman “lenguaje inclusivo” y lo cierto es que el esquema es repite. El Derecho positivo importa y la máquina del BOE es el juguete preferido del Estado parvulario. Lo que le importa un bledo es el lenguaje, su precisión o incluso su belleza. aunque es verdad que aquí puede encontrarse con problemas, ya que la ley se expresa en lenguaje natural. En cambio, con la universidad, la escuela ,la familia, la propiedad o cualquier otra antigualla, pues tira millas y pon las chorradas que quieras.
En el mundo de los niños legisladores, casi todas las instituciones preexistentes son librotes inútiles e incluso peligrosos, llenos de historias de discriminación y de gigantes muy malos. Por tanto, se pueden llenar de rayotes y manchas de tinta, poniendo sólo un poco de cuidado en que los amiguitos también puedan comerse un trozo del pastel servido en el patio pintarrajeado.
Presento en primicia algunas notas tomadas de una próxima publicación en esta materia. He excluido el aparato bibliográfico (que ya expondré en su momento). Distingo entre uso torticero y torpón del lenguaje -por un lado- y feminismo en un sentido amplio -por otro-.
Registradas, pues, estas primeras conquistas ya logradas por el nuevo argot, se hace inevitable observar los cadáveres intelectuales que quedaron atrás. Entre las víctimas de la neolengua, se halla la tradición femenina literaria y filológica que ha engrandecido las lenguas románicas. Pongamos María Moliner como ejemplo, sin dejar de lado la legión de escritoras que han pulido el castellano, el catalán, el gallego, el portugués…Una minoría bien situada a nivel ideológico ha decidido qué es lo que le conviene a la mujer desde el punto de vista lingüístico y es posible que haya considerado que a las féminas -quizá, en su visión, con menor bagaje lingüístico- tampoco iba a importarles demasiado una buena dosis de trapacería expresiva. También se ha dado el portazo, por supuesto, a las autoras que consideran que existe una huella de dominio de un sexo sobre el otro en el idioma, pero que eso no se soluciona con feos y artificiosos parches.
Hay aquí algunos equívocos que conviene aclarar. En el amplio abanico de posiciones sobre el uso del masculino para el género no marcado hallamos, por ejemplo, mujeres preocupadas por la cuestión feminista que consideran que la regla citada carece de relevancia en el debate, es una característica “inocente” del sistema lingüístico y, por tanto, la preocupación política debe ir por otros derroteros sociales. Es más, precisamente -como ya dijimos- se ha reprochado a menudo al “lenguaje inclusivo” y a la insistencia en su uso una función de maquillaje o de narcótico para evitar la discusión sobre desigualdades efectivas (en ámbitos laborales, familiares, etc.). Por supuesto, esta crítica no ha hecho mella en los que empuñan el papel mágico del lenguaje en la configuración de la realidad. Algún autor, por cierto, ha anotado que la insistencia obsesiva en el uso de un supuesto “lenguaje inclusivo” podría debilitar y aún perjudicar la causa feminista, que no se merecería esta broma. Pero de este riesgo no se registra ninguna conciencia y su alusión para nada amilana a los reformadores del habla.
Otra postura, no obstante, entiende que la presencia de esa norma de uso del masculino genérico deriva, efectivamente, de tiempos de dominación patriarcal, no del todo superados. Sin embargo, se considera que las alternativas hasta ahora expuestas son inapropiadas y mueven al escarnio (sobre esto último hablaremos posteriormente).
Es decir, no existe una correlación directa entre la asunción de principios feministas (dicho esto con una cierta amplitud e imprecisión) y el uso del llamado “lenguaje inclusivo”. Se puede estar profundamente preocupado por la igualdad formal y real de las personas de diferente sexo y rechazar al mismo tiempo el uso de la complicación “inclusiva”. Y, viceversa, puede advertirse un enorme desinterés por estos desequilibrios e inequidades sociales que, no obstante, se disimula con un vibrante empleo de dobletes y otras martingalas.
Des de l’inoblidable “Rocky ha tornat!” (i abans), per què ens atreu tant la figura del boxejador que, uns anys després, s’enfunda altre cop els guants?
Sessió amb els alumnes de doctorat de “seguretat i prevenció”. Intento transmetre algunes idees durant la taula rodona. En primer lloc, la referència al llibre d’Umberto Eco, el gran clàssic sobre aquestes feines, cristal·lí i permanent. En segon lloc, la noció de claredat expressiva, absolutament necessària per a que el tribunal llegeixi més d’un paràgraf. I, en tercer lloc, la cautela davant les investigacions de Dret comparat. M’atreveixo a dir que cal tenir molts pebrots per a fer una feina d’aquesta mena. Acabo recomanant el manual de Pizorruso com a peatge previ a qualsevol estirabot.