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A lo largo del tiempo, he mezclado el asesoramiento jurídico con la docencia (creo que esto último es lo que realmente me interesa). Por tanto, no tiene ningún mérito el que haya conocido de primera mano las trayectorias de centenares de estudiantes que optaron por la toga después de pasar por los pupitres. Sin pretender ninguna configuración sistemática, he preparado unas notas como aperitivo de unas clases para los alumnos de la maestría de preparación para la abogacía. Indico a continuación las ideas principales:
1.-Se atribuye al maestro Garrigues –fundador del reputado despacho- una frase que me ha acompañado desde hace muchos años: “Los abogados no ganamos casos, sino que obtenemos sentencias favorables”. Es decir, la brillante construcción técnica del letrado no gana nada, pero el azar se confabula para obtener una victoria, que es lo que cuenta.
Los abogados saben perfectamente que una infinidad de factores –personalidad del juez, situación gestora del juzgado o de la Autoridad que resuelve, momento socio-político,etc.- están constriñendo las posibilidades de éxito de su razonamiento. Por otra parte, a menudo una excelsa argumentación material queda sin efecto por culpa de algún detalle formal, alguna minucia del procedimiento (a todo el mundo le ha pasado). En definitiva, aunque la frase citada no nos ha de orientar hacia la galbana confiada, debemos aprovecharla para ser humildes.
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2.-Como indiqué al principio, he conocido a muchos abogados y, lo que es más interesante, les he visto evolucionar desde que se sentaban en los bancos de la Facultad. Los interesados en casos concretos pueden ver este articulillo: “Jóvenes leones”*. La abogacía es un caso típico de profesión del “5 pelado”, a diferencia de otras donde basta un diez (por ejemplo, el científico, el registrador de la propiedad o el contable). Explicaré seguidamente esta idea.
Comentaba el magnífico e influyente ingeniero Serratosa* en un libro-entrevista que leí hace unos años que el planificador urbano debía obtener un 5 justito en cada uno de los aspectos de los planes que proyectaba. Esto es, un cinco en estimulación del desarrollo económico, un cinco en protección del entorno, un cinco en infraestructuras, etc. Si se obtenía un notable en alguna área, el resultado sería fantástico, pero no a costa de suspender en otros campos.
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3.-En apretada síntesis, lo primero que se le exige al abogado es, desde luego, formación técnica. Ahí, evidentemente, sería bueno que obtuviera un siete e incluso más. En este terreno, debería dominar su especialidad, las materias fundamentales (el civil y el procesal, principalmente), los idiomas, etc. Recuerden, por cierto, que se decía antes que “si sabes civil, sabes Derecho” (esto lo aprendí más adelante, porque a mí esa materia no me gustó nada cuando estudiaba, salvo en lo que respecta al inolvidable profesor Rabanal). Creo, además, que, a medida que avance la inteligencia artificial, la sabiduría conceptual y teorética va a ser más necesaria. Aunque sólo sea para no quedar fatal cuando te tomes una copa con Lexi (nombre hipotético que le doy al superordenador legal).
4.-El segundo “cinquillo” se refiere a la capacidad para las relaciones humanas. Un amplio campo que abarca desde la buena educación hasta la simpatía, el trabajo en equipo y la organización, el respeto al secreto, la puntualidad, la atención concentrada en el prójimo, el valor que le damos a la indumentaria y a la comunicación no verbal, etc. Lo decía Baltasar Gracián, en uno de sus más reputados textos. Se trata del Oráculo manual y Arte de Prudencia, un libro publicado en 1647 y que ya se ha convertido en un indiscutible clásico y en un reguero de consejos inmortales. He elegido uno sobre las personas y los libros, deseando aquí llamar la atención sobre la conclusiva frase:
“157
No engañarse en las personas: que es el peor y más fácil engaño. Más vale ser engañado en el precio que en la mercadería. Ni hay cosa que más necesite de mirarse por dentro. Hay diferencia entre el entender las cosas y conocer las personas, y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir los humores de los hombres. Tanto es menester tener estudiado los sujetos como los libros.”
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5.- La tercera disposición en la que no se puede suspender es la orientación económicao incluso economicista de la actividad. Me refiero a una cierta intuición y un estudio profundo respecto al rendimiento efectivo de cada tarea. A menudo, un breve e inteligente esfuerzo logra una enorme rentabilidad y, por el contrario, largas jornadas de trabajo se pierden por el fregadero. Un archivero, un bibliotecario o un investigador ajustan sus gastos a su salario, pero para el abogado las cosas no son tan sencillas. El dinero nutre su actividad y es esencial para él. A medida que el despacho va creciendo, la figura del contable se torna fundamental pero, además, el letrado debe estar atento a este campo. Por supuesto, habría que hacer muchos matices entre el trabajo por cuenta propia y por cuenta ajena, pero la idea central queda clara.
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6.-De la deontología no quería hablar –ya hay una asignatura destinada a ello-, pero me voy a permitir un breve apunte a raíz de lo ocurrido hoy mismo. Me comenta amablemente el delegado que muchos alumnos se plantean la posibilidad de no venir, ya que hay convocada una manifestación y se temen bloqueos, piquetes, etc. La verdad es que, como suele ocurrir el 90% de las veces, no pasa nada (y menos en las tranquilas tardes, cuando la revolución duerme la siesta). Es verdad que hay un 10% de barullos en los cuales es mejor no verte envuelto (algunos saraos tristes confieso haber vivido).
Ahora bien, ustedes estudian para ser abogado. Y un punto de valentía se les va a exigir (sin olvidar del todo la prudencia, claro, claro). Van a visitar a presuntos delincuentes y a delincuentes convictos y confesos, asesorarán a políticos maniobreros, intervendrán en el entorno humanitario y amable de los conflictos de familia, conocerán la inmensidad del amor humano en la negociación del convenio colectivo y sentirán la belleza de la acción comunicativa habermasiana en el interrogatorio de testigos. Lo que quiero decir es que quizás hubiera sido muy interesante acudir a clase hoy en una situación complicada –afortunadamente, todo está tranquilo- y observar la reacción de los demás y mi propio comportamiento. Habría sido un día muy formativo.
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7.-Y, finalmente, la cuestión que todos preguntan: ¿intentar un despacho pequeño –incluso propio- o uno grande, una big firm? La respuesta tiene muchos matices, tantos como centros de trabajo con sus muy diversas dimensiones y modos de organización. Por otra parte, es verdad que la psicología y la vocación de cada persona son aquí determinantes. Desde luego, he observado que uno de los torrentes más difíciles de detener en este mundo es el que tienen dentro de su corazón los que sinceramente quieren “montar un despacho propio”.
Ahora bien, dicho esto, parece que la corporación grande y prestigiosa ofrece algunas ventajas interesantes, sobre todo en la fase de formación y primeros envites. En primer lugar, se entra en contacto con una auténtica “factoría jurídica”, en el sentido moderno de que varios –muchos- letrados trabajan en común y ofrecen un asesoramiento profundo a sus clientes. Añádase a ello la posibilidad de usar una tecnología más avanzada, de conocer los grandes debates y conflictos de la especialidad, etc. Además, es normal que estas entidades ofrezcan algún plan de carrera y tengan muy clara su política de estímulos. Por último, es cierto que se sienten en carne viva la presión competitiva, las fricciones grupales y el vértigo que obligó a Bartleby a proclamar su inmortal “preferiría no hacerlo”. Pero todo esto es el precio que ustedes han de pagar por ser abogados de una firma prestigiosa. Un precio, déjenme decirles, que tampoco está tan lejos de las dificultades para pagar la luz y el agua del bufete propio. Por último, quizás ustedes disfruten algún día de una época de crecimiento real y, en ese momento, el baile de salida triunfante y la renovación se aceleran en estos entornos.
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8.- Y, por último y para relativizar un poco tanta consejo, déjenme despedirles con una cita de mi admirado Enrique Vila-Matas, de un personaje de Mac y su contratiempo:
““Hoy pienso que me habría encantado ser como Wallace Stevens, abogado y poeta. Me parece que, por norma general, siempre nos gusta ser aquello que no somos. Me habría encantado, como hizo Stevens en 1922, poder escribirle estas líneas al director de una revista literaria: “Haga el favor de no pedirme que le envíe datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores””.
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