Diarios dispersos. Bartleby es tomista.

Comento con Bartleby la infinidad de debates que últimamente oigo sobre la adecuada organización económica. Nos dicen, nada más y nada menos, que estamos en transición hacia un novísimo modelo que llenará de sentido nuestras vidas. En la academia, en la prensa, en las redes o en las bares se habla constantemente de justicia tributaria (hasta la última gota), de la nueva “economía dirigida” (subvencionada y engrasada), de la colaboración público-privada con selección  imparcial de los elegidos…Bartleby me mira con melancolía y piensa en la causa primera aristotélica, en la ilusión y el dinamismo del que levanta la puerta enrollada cada mañana mientras suenan en una antigua radio debates sobre la justicia tributaria, la colaboración público-privada, la economía dirigida,…

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Benaurades rutines.

         Tot i que Bartleby tenia com a referent la figura de l’oficinista torturat i encongit de Kafka i la seva pròpia i lamentable experiència, pensava de vegades en Josep-Maria López-Picó, funcionari de la Diputació de Barcelona, on es va jubilar com a Cap de Negociat l’any 1956 (havia començat a treballar l’any  1914). Donava voltes a les notes preses sobre la vida del poeta per Marià Manent:

         “A mà dreta, per la finestra oberta, es veia el perfil del poeta, amb aquell petit floc de cabell rebel que solia envair-li parcialment el front. Passava els matins a les oficines de la Diputació i cada dia portava a la seva muller un ram de flors comprat a la Rambla. Un dia vaig evocar també el seu bastó amb el bell puny de plata, dissenyat per Manolo Hugé. El poeta solia pujar a peu per la Rambla de Catalunya. Cap a començos de juny, quan els til·lers d’aquell carrer que té per horitzó l’alegre cim del Tibidabo escampen la seva delicada aroma, veure pujar Josep María López-Picó en la plàcida llum barcelonina era contemplar la imatge d’un poeta feliç o, per dir-ho potser amb més exactitud, d’un home feliç. Penso que dos mots podrien resumir la seva vida: regularitat i felicitat.[1]

 

[1] Anotacions de Marià Manent recollides a MANENT, Albert: Marià Manent. Biografia íntima i literària (1995), pp.45-46.

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Septiembre oscureciéndose

Bartleby considera que la materia propia de este cuaderno se ha desbocado por encima de un lecho que ya no puede apuntalar el generoso título (“Ciudades, leyes y letras”).  Como suele ocurrir, discrepo de las críticas resentidas que este pesado está siempre murmurando. Además, hoy está especialmente insportable y suelta una carcajada cuando le respondo con aquella definición que una vez escribí para los amigos de Linkedin: “un blog a medio camino entre el diario personal y el BOE”.

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Septiembre es un mes problemático para los que amamos el verano y el calor y la playa y la cerveza fría y las tardes largas y los libros que se leen sin interrupciones y el mar que nos abraza al volver del invierno y el frescor del monte a primera hora de la mañana. Estoy con Gil de Biedma: en el juego de hacer versos, “Lo que importa explicar/ es la vida, los rasgos/ de su filantropía,/ las noches de sus sábados. //La manera que tiene/sobre todo en verano/de ser un paraíso”.

Por eso septiembre es un asunto delicado. El estío se ha hecho más suave y aún puede uno acurrucarse en su regazo antes de ser atrapado por la inmensa mancha negra del invierno. Pero los cambios ya están ahí y se acumulan los recuentos. Observo las muescas en el censo de amigos que el año dejó atrás. Alguna jubilación, viejos temores, los nuevos y jovencísimos alumnos certificando que el calendario viene con prisas.

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Cualquier tema puede bifurcarse ad infinitum.

    “ 72) Carlo Emilio Gadda empezaba novelas que muy pronto se le iban desbocando por todas partes y se le convertían en infinitas, lo que le llevaba a la paradójica situación –él, que era el rey del cuento de nunca acabar- de tener que interrumpirlas y, acto seguido, caer en profundos silencios literarios que no había deseado.”

                                   Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía.

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Diarios dispersos. Bartleby reflexiona.

            Bartleby consideraba que la mejor forma de ser profesor universitario consistía en aplicar –en pleno siglo XXI- su inmarcesible receta: “Preferiría no hacerlo”. Por ejemplo, no elaborar la guía docente ni el listado de competencias transversales y la puntuación desglosada que su expresión concreta conlleva en cada uno de los módulos del temario.

            Bartleby jugaba con ventaja, pues todos sabemos que no parecía tener ningún interés constructivo y que lo del sueldo sólo le inquietó un poco al principio. Sin embargo, su rebeldía le acercaba al momento supremo de la cicuta en Sócrates. Después de leer el artículo siguiente, elaboró durante unos días la tesis de la cicuta selectiva, la amputación por donde pillaba de la egregia figura del docente entregado, investigador de primera, gestor comprometido con la política universitaria, burócrata riguroso y “transferidor de conocimiento” (esto último parecía molestarle especialmente).

   «El profesor chiflado«. Manuel Arias Maldonado (Revista de libros, 15 junio 2022).

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Diaris dispersos. Bartleby reglamenta.

         Bartleby va perdre una part de la seva minúscula fe en el corporativisme. Observà el règim tripartit de la representació universitària (estudiants, professors i administratius i treballadors) i  quedà esparverat després de fer el càlcul del cost econòmic de les comissions i juntes (d’acord amb el jornal de cada membre). Com un malson, imaginà la  reviviscència del règim polisinodial de la Monarquia hispànica.

         Quan va despertar, va dissenyar un món de ponències especialitzades ad hoc que naixien i morien amb curta i limitada vida, després d’acomplir els seus objectius i fixar per escrit les seves conclusions. Tot això quedava lligat per la presència, també temporal, del “Dictador del curs” (dictator annus) , una figura que ell assegurava que es basava en l’antiga Roma i que assimilava aquest període docent a una campanya militar concreta.

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Diarios dispersos. La opción forzosa del animal político.

         Bartleby aseguraba que Josu de Miguel debía cambiar el título de su reciente libro. Así, “Libertad: historia de una idea” había de trocarse en “Libertad: historia de una ficción”. En efecto, mi impertinente amigo (o, mejor dicho, mero conocido) está muy influenciado por la creciente doctrina científica que niega el libre albedrío. Afirma que es indiscutible que, un segundo antes de que ocurra cualquier cosa, ya están prestos para dispararse todos los vectores de causas con sus respectivas fuerzas, de tal manera que sólo es posible un resultado. En concreto, el que produzca la intersección de flechas de ese momento. Creo que decido voluntariamente que voy a pedir fresas de postre, pero eso es únicamente un producto inevitable de mi herencia genética, de mis informaciones previas, de la disposición de las papilas gustativas en ese instante, etc. Sólo cabe  esa elección.

         Le digo que me parece impecable su razonamiento y le animo a acercarse al primer minuto de la historia humana, allí donde estaba en potencia todo lo que ha ocurrido y todo lo que va a ocurrir. Pero le añado que eso no cambia en nada el debate sobre la libertad que relata Josu de Miguel. Se queda pensando y, no obstante, asegura que su precisión le permite situar al pensamiento político en el campo de las grandes construcciones poéticas, como Borges hacía con la teología, con la mitología y, posiblemente, con casi toda la filosofía.

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Notas  relacionadas: Diarios dispersos. Arqueologías.

Diarios dispersos.

         Bartleby me comenta las investigaciones que ha acometido sobre la noción de excusa, en el seminario de Isra G.  La  clasifica como una de las bellas artes, una obra creativa que los demás no siempre entienden, pero que funciona muy bien con ese juez supremo que es uno mismo. Hay excusas que no pasan el control de calidad y otras que son capaces de elevarse con la ligereza de un colibrí. Bartleby asegura que él no era perezoso (pasó a la historia con su  inmortal “preferiría no hacerlo”), sino que simplemente había encontrado una excusa precisa y afilada. Recomendó a Isra que añadiera a sus inacabables listas  de introspección un catálogo de las excusas diarias.

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Diarios dispersos. Un apunte de Peyró.

   “Por poca voluntad de escándalo que uno tenga, hay que reconocer que, si no te mete en algún problema, quizá no sea un diario. Pasarse de frenada es un riesgo del género, como en poesía lo es pasarse de precioso. El diarista juega siempre buscando la línea.”

        Ignacio Peyró: “Individualidades irreductibles: de diarios y diaristas”  (La Lectura de El Mundo, 8 de abril de 2022).

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