Decidan de una puñetera vez

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            Comentábamos el otro día en clase (tercero de administración de empresas y Derecho) la necesidad de elegir inmediatamente la profesión futura, el lugar al cual se encaminan los pasos de los estudiantes. Es una carrera muy dirigida a oficios preestablecidos, aunque puede usarse como formación general, ciertamente. Pero, sea lo que sea, hay que metérselo ya en la cabeza, empezar a vivirlo, conectar las asignaturas con la oposición elegida o con la tarea específica como letrado (pero muy en concreto: de empresa, laboralista, civilista…). Otros preferirán crear una actividad empresarial: pues venga, hay que  señalarlo por escrito y ponerlo en marcha dentro de un minuto. Eso permite vivir el graduado -el grado, como le llaman ahora- de otra manera: ensamblar cada clase con la vocación, la materia pesada con el temario de la oposición (si se ha  optado por eso), la  selección de las ramas en función de lo que voy a hacer…Esto vale incluso si se  piensa honestamente: “pues yo voy a procurar dar poco golpe y pasarme cinco o seis años a costa del presupuesto público y de lo que vaya pillando en verano”. Fantástico, porque eso facilita elegir las clases que me voy a saltar, el bar adecuado para las timbas de cartas, los colegas y las colegas que me interesa conocer, etc.

            Alguien me dirá: “bueno, es que no lo tengo claro ¿Y si luego varío?” No pasa nada, pues claro que cambiará su profesión en el futuro. Como mínimo, se orientará y se reorientará por senderos imprevistos. Vaya usted a saber. Yo mismo seré sustituido en un par de años por el chatGPT. Y seguro que los estudiantes tienen ahora una pareja a la que aman con locura pero que no será el amor de su vida. ¿Dejan de amarla y entregarse por esa razón? Pues claro que no. Hay que vivir a fondo, señoras y señores. Elijan ya su profesión, tómense como máximo veinticuatro horas para comprometerse en una dirección única. Digan “yo  voy a ser notario” y empiecen a empalmar la oposición con las materias. Ya verán, además, que se darán cuenta de que, en unos meses, ya podrían ser ustedes los que impartieran la clase.

            Pero no es sólo una elección. Es algo más. En el mundo del Derecho, la universidad sólo les dará un vocabulario. La universidad es teorética y es importante, muy importante que sea así. Esto es, como máximo (y es muchísimo) manuales –nada hay más práctico que un viejo manual- y, si acaso, lectura de documentos (sentencias, contratos, liquidaciones recibidas, multas recurridas…).  Y nada más. Nunca he creído mucho en los  “casos prácticos”, en las probetas de laboratorio sin el aliento de clientes y contrarios (salvo en Derecho romano, por respeto  a la tradición: “Ticio vendió a Cayo con promesa de entrega futura…”). 

            Ustedes han de enfocar el Derecho en los periódicos (la noticia y el follón de hoy es el BOE de mañana), en los juzgados (vayan a ver juicios, por favor, si no pueden ahora por las clases se pasan junio y julio acercándose por las sedes judiciales, profundizando en los rostros de los letrados, las salas, preguntando al conserje cuándo puede entrar en una audiencia pública porque están aprendiendo…). Vayan a aburrirse en plenos municipales que deciden el aumento de las tasas de aparcamiento, hablen con el vecino que conoce a un abogado del Estado, acérquense lo más que puedan a Marta –que es inspectora de Trabajo-, tramiten ante la policía la denuncia de un hurto imaginario (no, eso no), etc. El Derecho está ahí: visiten la biblioteca del Colegio de Abogados (a ver qué hay), abran la web de la asociación de gestores inmobiliarios (a los de ADE y Derecho suelen gustarles estos temas), infórmense en el API  de la esquina sobre las condiciones para adquirir un piso hipotético, comenten con sus padres la razón de su alegría en la última declaración de renta, etc. Todas estas pesquisas, contactos e investigaciones reales permitirán que puedan soportar (e incluso entender) profesores pesados, horarios absurdos, clases extrañas… Es la única forma de justificar que vale la pena seguir disfrutando el servicio público de la educación superior mientras fuera, tras las ventanas, alguna abubilla primeriza anuncia el estallido inminente de la primavera.

            *APÉNDICE: regalo para los que, en veinticuatro horas, decidan preparar una oposición (aprovechen, de paso, para echar un vistazo a este soberbio blog): “Diario de un opositor a notarías”*.

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