“Tampoco quiere cambios “el repitente” (más conocido en la escuela como “el 34”), un personaje de Mis documentos, de Alejandro Zambra. El 34 tiene el síndrome del repetidor. Es especialista en encallarse más de dos años en un curso, sin que esto constituya para él una adversidad, sino todo lo contrario. Ese repitente de Zambra es tan raro que ni siquiera es rencoroso, más bien es un joven sumamente relajado: “A veces lo veíamos hablando con profesores para nosotros desconocidos. Eran diálogos alegres […] Le gustaba mantener relaciones cordiales con los profesores que lo habían reprobado.”
Enrique VILA-MATAS, Mac y su contratiempo.
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Georg Steiner, en su breve y conocido ensayo La idea de Europa, señalaba que la primera nota característica de este concepto son sus cafés. Lo afirmaba además con un punto de vista muy estricto, que dejaba fuera al pub inglés (lo cual no acaba de convencerme) y, por supuesto, al bar o motel americano.
Decía hace poco Chaves, nuestro magistrado y jurista de guardia, que lo que más añoraba en este ya largo confinamiento eran los cafetitos a media mañana, con los compañeros y la gente habitual en un local céntrico de la preciosa Oviedo (esta última adjetivación ya la pongo yo). Lo suscribo. La ciudad, tal como la conocemos por estos pagos, es –fundamentalmente –una inmensa colmena donde la gente se refugia diariamente o de vez en cuando en un bar, en restaurante, en un café o en un garito incluso.
Vaya pues, para compensar esta ausencia, el recuerdo de uno de los bares inmortales de la vieja Europa, con las palabras del sagaz Vila-Matas:
“Dice la leyenda que Hemignway, armado de una metralleta y acompañado por un grupo de la Resistencia francesa, el 25 de agosto de 1944, tras cuatro largos años de ocupación alemana, se adelantó unas horas a la entrada de los aliados en París y liberó el bar del Ritz, el famoso Petit Bar de la rue Cambon. Exactamente la leyenda dice que Hemingway liberó las bodegas del hotel. Después, tomó una suite en él y, en una casi permanente nebulosa de champagne y coñac, se dispuso a recibir a amigos o simples visitantes que fueran a felicitarle. Entre los que se presentaron en el hotel, estuvo André Malraux, arrogante a más no poder. El escritor francés entró desfilando en el Ritz con un pelotón de soldados a sus órdenes, convertido en todo un coronel con lustrosas botas de caballería. No puede decirse que hubiera ido al Ritz a felicitar a nadie, y menos a Hemingway, que lo advirtió enseguida y que inmediatamente se acordó de que aquel orgulloso coronel había abandonado en 1937 la guerra civil española para escribir L’espoir, la novela que algunos cándidos habían elevado a la categoría de obra maestra. Enseguida se vio que el coronel Malraux alardeaba de su pelotón de soldados y se reía del manojo de desarrapados que estaban a las órdenes de Hemingway, el liberador del bar del Ritz.
“Qué pena”, le dijo Hemingway a Malraux, “que no tuviéramos la ayuda de tus fantásticas fuerzas cuando tomamos París”. Y uno de los incondicionales desarrapados a las órdenes de Hemingway murmuró al oído de su jefe: “Papa, on peut fusiller ce con?” (“Papá, ¿podemos fusilar a este gilipollas?”).”
Enrique Vila-Matas: París no se acaba nunca.
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La aparición en este dietario de unas extrañas –ciertamente documentadas y muy bien escritas- “Cròniques d’Andorra” provocó en Bartleby una irritación indisimulada. Aunque le insistí en que la cuestión de la temática de este bloc ya había sido convenientemente tratada, me miró con desprecio y tuve que acudir, otra vez más, a Enrique Vila-Matas (por quien Bartleby siente a la vez admiración y repugnancia). En un articulito suyo –“Ansia de ficciones”, recogido en Impón tu suerte (2018)- nos avisa de lo siguiente:
…”En el impresionante El campeón ha vuelto, de J.R. Moehringer, el narrador recuerda la primera vez que comprendió que solo hay dos tipos de historias: las que quieren que cuentes y las que quieres contar tú: “Y nadie va a dejarte, así sin más, contar las segundas. Tienes que pelear para ganarte ese privilegio.”
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