Diarios dispersos. Arqueologías.

            Prosigo, a salto de mata, la lectura y relectura del libro de Josu de Miguel sobre la historia de la idea de libertad. Tengo la sensación de que el partido se juega en los dos primeros epígrafes: la libertad de los antiguos y su comparación con la libertad de los modernos. Desde luego, no es fácil resumir la noción vieja de la libertad, perdida en el tiempo. Anoto dos ideas fundamentales: la libertad como estatus (o libre o esclavo) y la presencia de algunas manifestaciones concretas e incluso aisladas: la parresia y la isegoría en los griegos, los derechos y deberes políticos en Roma, etc. Ahora bien, estas  expresiones estaban atadas a la fuerza de la colectividad, a las reglas y proyectos solidificados en la comunidad política.

            Rechazaban la tiranía, ciertamente, pero no la inserción de cada uno (con deberes muy concretos) en la actuación unitaria de la polis o de Roma. De ahí que, a menudo, aquellas gentes intuyeran la relevancia de la libertad interior, del espíritu declarando su autonomía sagrada incluso frente al martirio (en Sócrates o en San Pablo, por ejemplo) o frente a las inclemencias del mundo. De esto último nos dejó un verso maravilloso Joan Margarit, aludiendo a  “la campanya/d’hivern de Marc Aureli a les planúries/gelades de les ribes del Danubi. /Allà escrivia sota del capot/i voltat per la xusma militar,/ sobre l’oblit i la malenconia”.

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