Sesión de doctorado con mi colega Roser Martínez, el penalista argentino Ricardo Boucherie, de la Universidad Católica de la Plata, y Jorge Enríquez, diputado y constitucionalista de la misma nación. Disertaron sobre legalidad y Covid-19 y apareció, como era de esperar, la perenne peculiaridad argentina. En este caso, en forma de larguísimo y exigente confinamiento y de adquisición de la exótica Sputnik (la vacuna rusa). A ello habría que añadir, incluso, el empleo del tipo penal de la desobediencia sanitaria como fórmula para asegurar el respeto a las medidas restrictivas. Se trata de un tipo penal similar a nuestra desobediencia, pero con una curiosa especialización material. Sin embargo, parece que, afortunadamente, no ha llegado a implicar lacerantes ingresos en prisión (aunque sí procesamiento, multas, etc.). Y aún cabría aludir, por cierto, a la medieval liberación de condenados, con el retorno de los criminales a los lugares del delito.
Me fascina todo lo argentino. Principalmente, el lenguaje. Lo de ayer no fue una excepción. Sería difícil encontrar en cualquier mesa rutinaria de trabajo en las universidades españolas una elegancia y precisión como la que han mostrado hoy nuestros dos conferenciantes. Me suele pasar con los tratadistas argentinos clásicos: escriben con tanta belleza que parece que no son libros jurídicos.
En la comida, salieron muchas cosillas de ambos países. Incluso llegamos a pasear por alguna librería de la calle Corrientes. Aproveché para meter en la conversación mi Buenos Aires mítico: el edificio Alas y el Luna Park. Y aún se coló, como un fantasma, alguna sombra de Carlos Monzón.
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