El “Plan Marcet” para la construcción de viviendas y el Sabadell de 1952 (y II).

1.-Antes de poner en marcha el luego denominado “Plan Marcet”, el alcalde  había ido resolviendo sobre la marcha las situaciones más acuciantes. Así, ante un desahucio efectuado previa orden judicial de lanzamiento, Marcet toma las riendas del conflicto:

 …      “[…]mandé llamar inmediatamente al propietario de la vivienda al que requerí y coaccioné para que los alojase en alguna parte. Éste, hombre muy adinerado, para salir del compromiso, resolvió alojarlos en una pensión de la ciudad donde vivieron varias semanas a sus expensas hasta que, finalmente, se encontró una solución definitiva para ese dramático caso.”

Igualmente, el alcalde advierte que hay más trescientas viviendas vacías en el casco urbano de la ciudad. Aplicó, pues, un correctivo que, si fuera conocido, podría llevar a la erección de estatuas para este patricio casi ochenta años después:

En determinadas circunstancias actué sin contemplaciones contra estos propietarios y llegué a ordenar por la fuerza la ocupación de varias de estas viviendas, destinándolas a funcionarios municipales o estatales que llegaban con sus familias a nuestra ciudad y se encontraban sin posibilidad de hallar acomodo. Eran, no obstante, soluciones provisionales, ya que mis órdenes de ocupación tropezaban, claro está, con la fuerza de la ley que no obliga a nadie a alquilar forzosamente una vivienda vacía, y los propietarios de las casas ocupadas conseguían a los pocos meses la orden de lanzamiento, pero al menos lograba una solución de emergencia.”

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2.-Pero su definitivo sésamo para el problema consistió, con el apoyo del gobernador civil, en comprometer a las industrias en la construcción forzosa de viviendas, que arrendarían luego a sus obreros (o, incluso, podrían llegar a vendérselas). La exigencia variaba en función del número de  empleados (y, desde luego, los patronos emblemáticos de Sabadell no podían escaquearse, al menos al principio). El Estado debía colaborar a través de la expropiación forzosa de ciertos terrenos e igualmente se procuraba la obtención de créditos en cómodas condiciones.

El alcalde aludía a una especie de responsabilidad social empresarial  avant la lettre, pero la conectaba con el no lejano pasado catalán de las colonias industriales de los ríos Ter, Llobregat y Cardoner.  En concreto, se interroga de este modo:

…       “¿Podemos llegar a comprender que a estos antepasados se les hubiera ocurrido en ningún momento construir aquellas fábricas sin crear las colonias que daban un techo a sus obreros?¿Es que hubieran tenido el criterio nuestro de creer que aquellas gentes ya se construirían cuevas y barracas para sus contornos?

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3.-En realidad, Marcet es un hombre preocupado por el nuevo rostro del capitalismo español de los años cincuenta, que pone las bases del desarrollo posterior. Así, critica –por falsas- las comidas de hermandad entre patronos y obreros y no duda en rechazar la congelación de alquileres. Pero, por otro lado, olvida esa visión liberal y reclama de la industria el cuidado y atención de las necesidades de los obreros o impone forzosamente unas homogéneas vacaciones colectivas. Es un capitán experimentado de la industria y de la empresa pero, curiosamente, muestra una significativa intuición para captar el sentido del “interés general”.  Totalmente alejado del credo falangista, Marcet se coloca en la corriente de la genuina aportación catalana al régimen de Franco. Una tendencia muy nutrida que se observa con nitidez en la administración local (con Porcioles como paradigma) o en la intelligentsia económica, pero que, probablemente, aún merecería mayores estudios.

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El “Plan Marcet” para la construcción de viviendas y el Sabadell de 1952 (I).

 

1.-Volvamos, pues, a la actividad con la misma lectura que comentábamos en el último artículo. En las memorias del alcalde Marcet se dedica el capítulo XLIV a la gestación y nacimiento del Plan que lleva su nombre. En el inicio de este fragmento se describe sin concesiones la falta de viviendas como defecto que, hasta 1936, “jamás había existido en nuestra ciudad”. Sin embargo, posteriormente:

      “En los albores de este año de 1952, el núcleo urbano estaba ya rodeado de un cinturón de míseras y anárquicas construcciones, un temible cinturón de barracas y cuevas con aire de campamento medieval, donde malvivían, a veces en condiciones infrahumanas, compatriotas nuestros que, a mayor abundamiento eran ya, por razones de convivencia laboral, ciudadanos con todas las prerrogativas y derechos, justamente hambrientos de justicia social, de un hogar digno que llegara a borrar un día el estigma de una vida semisalvaje impuesta por las dramáticas condiciones de existencia en una ciudad industrial superpoblada.

…       En las dos elevadas márgenes del río Ripoll, el número de cuevas excavadas en la tierra llegó a ser de muchos centenares. Las barracas de tipo primitivo proliferaron en los cuatro puntos cardinales de la ciudad, mientras en su casco urbano se hacían sentir también las consecuencias de la superpoblación con centenares de familias viviendo hacinadas en habitaciones realquiladas a precios tanto más exagerados cuanto mayor iba siendo la penuria de viviendas.

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2.-Además de mostrar el drama, el patricio sabadellense traza un listado de las soluciones hasta ese momento ensayadas. En primer lugar, alude a los jesuitas (de Sant Cugat, de un monasterio bien conocido en la comarca), que operaban en las riberas del río Ripoll como en auténtica tierra de misión. Toma aires dickensianos el rescate de las familias (y de sus enseres) que el mismo alcalde y dos seminaristas acometen en las cuevas de las laderas en una noche de tormenta. Estas tempestades mediterráneas, ahora contrapunto turístico que al caer la tarde aroman el aire y que, hace sólo unos decenios, eran anuncio de un drama imprevisible…

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3.-Arremete el alcalde contra las políticas de congelación de alquileres, a las que califica de error que desanima al capital y que “es el primer paso en el camino de una socialización contra la cual estamos todos”. Sobre esto, Marcet apunta que el bloque de viviendasa nadie le puede proporcionar ese íntimo sentimiento de propiedad que alienta en todo ser humano”. Considera que:

…        “El único que, entre nosotros, acepta este tipo de propiedad, es el inmigrante, que forzosamente debe acogerse a lo que sea, con tal de solucionar el problema, pero el hombre de aquí ha evidenciado ser totalmente reacio a ese tipo de propiedad horizontal. Sólo se siente propietario cuando pisa físicamente una tierra que sabe que es suya y este no es el caso de la propiedad de un piso.”

 …      Llevando sus premisas hasta el final, concluye que la propiedad horizontal “es de signo socializante y comunistoide”. Este remate nos hace sonreír, pero algo de razón podría tener si se piensa en los experimentos soviéticos de enjambres masivos con estancias compartidas (todavía en pie, por cierto).

  …     Por el capítulo aparece también la alternativa represiva, que Marcet condena: la vigilancia policial de las estaciones de Barcelona y la reclusión transitoria en el “Palacio de las Misiones” de Montjuic, “una especie de campo de concentración, para desde allí y previa clasificación, reexpedirlos a sus pueblos de origen” (salvo que acreditaran un domicilio de la provincia).

Ya veremos que, para el gobernante de Sabadell, tampoco se cifraba la salida en convertir al Estado en constructor de viviendas (esto era lo más ruinoso). Ya observaremos en el siguiente artículo que él tenía otros proyectos en la cabeza.

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