1.-Debate con el “Grupo de participación” que dirige mi admirada Marta Lora-Tamayo. Compañeros españoles y, mayoritariamente, iberoamericanos. Dos magníficas ponencias, una sobre una experiencia española (Mabel) y otra bonaerense (Purificación Casals) sobre la atractiva cuestión de la participación de niños y jóvenes en la configuración de políticas y decisiones de la Administración.
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2.-Discrepo de que exista un derecho de participación de los niños y rechazo el objetivo de dotarles de más y más derechos (por supuesto, claro, tienen derecho a la vida, a la integridad física, a la libre expresión…). Pero, al menos en urbanismo y ordenación del territorio, lo cierto es que no votan, carecen de deberes tributarios, no ejercen directamente sus derechos patrimoniales…Esto no quiere decir que no les escuchemos. Al contrario, es absolutamente necesario: viven la ciudad desde su propia altura y la sufren y la disfrutan como el primero. Sus ojos miran en gran parte al margen al sistema oficinesco. Los niños están menos hechos y menos formados, son imprevistos, con algo del mar sin fin y de las flores sin conciencia. No sequemos esa fuente con un exceso de institucionalización y juridificación.
Algo parecido ocurre con la participación de los jóvenes. El experimento bonaerense edifica una compleja jerarquía de promotores estudiantiles de Educación Sexual Integral [sic]. Se prevé, incluso, su encaje y trabazón con los Educadores Sexuales Integrales adultos. Creo que estas previsiones pueden estar atadas a la realidad argentina, pero es difícil su traslado, por ejemplo, a España. No creo que resistieran quince días en un debate en la prensa. El encuadramiento juvenil que se articula es excesivo, piramidal, implacable (demasiado cerca del camarada).
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3.-Desde el mundo del Derecho Administrativo, la corriente clásica tradicional ha sido contraria a las fórmulas de participación directa. Aún recuerdo al maestro Nieto tronando con el concepto implacable de participación-botín. Había posiciones más suaves, ciertamente (Sánchez Morón, por ejemplo). Pero yo me crié con esos abonos (incluyendo algunos sociólogos críticos como don Tomás R. Villasante).
Ahora bien, a través de la práctica y de las conversaciones con Marta Lora-Tamayo, he aprendido a valorar la participación. Me bastarían, incluso, criterios utilitaristas: ni las autoridades ni los expertos manejan en exclusiva las soluciones. En el caso de los niños y de los jóvenes, la apuesta es aún más atrayente, porque son los únicos que pueden salirse de la mirada burocrática, profesionalizada o políticamente diseñada.
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