Sábados exclusivos. Lapsus y volapük (II).

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         1.-En nuestro artículo anterior*, estudiamos la errata y la respuesta que el legislador daba a este fenómeno. Había erratas que ya se quedaban eternamente en los boletines oficiales y otras, por el contrario, que pasaban a sufrir un retoque. Jurídicamente, estamos ante una auténtica potestad administrativa de corrección de erratas, con todas las limitaciones propias de ese instituto. Un poder paralelo, pues, a esa amorosa tachadura y refacción que recoge el art. 109.2 de la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común. Según este precepto, las Administraciones Públicas podrán rectificar en cualquier momento, de oficio o a instancia de los interesados, los errores materiales, de hecho o aritméticos existentes en sus actos.

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         2.-Después de la escurridiza errata, habíamos anotado un tipo diferente de vicio: la redacción defectuosa o contradictoria. El lenguaje natural es un instrumento romo y complicado, impreciso a menudo y con caprichosos efectos. Por eso leemos a los que se atreven a dominarlo y admiramos al lenguaje lógico y matemático en su implacable represión de equívocos.

         Los legisladores, no obstante, son humanísimos seres y, por tanto, hacen lo que pueden. Cuando se dejan, tienen la ventaja de que -al menos en el Parlamento-, reciben la ayuda de ilustres letrados acostumbrados a la faena. Sin embargo, las más de las veces poca tela se puede cortar en un mar de palabrería burocrática, enmiendas ramplonas o simple acceso a la mayoría de edad de las generaciones LOMLOE.

         Por otra parte, tal como está el patio, ni se me pasa por la cabeza proscribir o simplemente criticar la ley mal hecha. Pienso en el pan de mis hijos y en la aportación al PIB de esta fuente de riqueza. La composición torpe e ininteligible de las normas genera enjundiosos dictámenes, estudios doctrinales que se publicarán en revistas de alto impacto, abultadas minutas de abogados, majestuosas sentencias que pondrán orden donde nunca lo hubo, meticulosos proyectos para la reforma del bodrio, viajes en AVE porque esto tenemos que verlo en Madrid, …La  productividad nacional se engrasa a menudo con estos renglones torcidos (creo que lo llaman “economía de servicios”).

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         3.-El objeto auténtico de este artículo -que aún merecerá una posterior entrega- es diferente. En el primer caso -la errata– concurría la negligencia (a menudo, discreta culpa levis o incluso enternecedor caso fortuito). En el segundo -la regla mal escrita– la doctrina discute si nos quedamos piadosamente en ese terreno o si la cosa ya apesta a dolo eventual. Estamos en un umbral que va desde la mera ignorancia o falta de lecturas hasta la decisión de aquel ministro que, según se cuenta, sólo ordenaba la publicación de un reglamento cuando estaba “suficientemente oscurecido”.

         Aquí trataremos un tercer supuesto, constituido por una voluntariedad descarada y sustentada en la plena conciencia de que el precepto está mal confeccionado y que es un churro pero que, no obstante, ha de imponerse por motivos superiores. Lo veremos en la siguiente entrada, donde también aclararemos el papel del volapuk.

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Sábados exclusivos. Lapsus y volapük (I).

 Foto: aquí*.

         1.-Estábamos hace poco* dándole vueltas a los errores que se observan en los boletines oficiales y, al pasar de los días, se advierte fácilmente que debemos depurar la clasificación. Hoy adoptaremos una perspectiva distinta, ya que vamos a diferenciar entre la errata y la redacción defectuosa o contradictoria. Para ver la distinción, tomaremos ejemplos del gran clásico contemporáneo para el estudio del sentir y del actuar administrativo. Me refiero al libro de M. VAQUER, El discreto encanto del Derecho Administrativo (2021, en su segunda edición). A veces pienso que estos «sábados exclusivos» son la humilde continuación de su atinada reflexión sobre la sátira chestertoniana, aguda pero no agria, y escasamente practicada en la literatura española contemporánea (p. 17, nota 3). Es cierto que nuestro barroco cultivó el navajazo dialéctico, pero lo que hoy nos llama la atención es, precisamente, su carácter torvo e implacable, basado en un dominio de la lengua que le permitía a Quevedo, como superior ejemplo, clavar la puya hasta el final.

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          2.- Vayamos, pues, con el primer término de nuestra división: la humilde errata. La manifestación mágica de este defecto se produce en lo que llamábamos en nuestro artículo precedente « el error humorístico» y que Vaquer prefiere denominar « la errata burlona». Disfrutemos del ejemplo que nos aporta [la negrita es nuestra]:

          «También podemos recordar la disposición adicional tercera de la Ley Orgánica 4/1987, de 15 de julio, de la Competencia y Organización de la Jurisdicción Militar, que facultó al Gobierno para dictar las disposiciones necesarias ‘en orden a la atribución de las funciones que desempeña el Conejo Supremo de Justicia militar, como Asamblea de las Reales y Militares Órdenes de San Fernando y San Hermenegildo y en relación con el señalamiento de haberes pasivos‘ según la versión digital del BOE nº 171, de 18 de julio de 1987. En cambio, según la edición original en papel, tales funciones no las desempeña ningún «conejo» mayúsculo y supremo, sino un «consejo». Así que el supuesto conejo era solo un gazapo y lo que habíamos querido leer como un justo homenaje de la justicia militar a Lewis Carroll era, en realidad, una vulgar errata.»

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  3.-Frente a este error -jocoso algún día o tristemente burocrático y gris las más de las veces-, el art. 26 a) del R.D. 181/2008, de 8 de febrero, de ordenación del diario oficial « Boletín Oficial del Estado», introduce una interesante distinción:

-a) La errata que ya se queda en el BOE, porque es irrelevante. Podemos proclamar ya (como hace el peculiar método jurídico: inducción con un caso y a las primeras de cambio) un principio general de restricción de la potestad subsanadora.

-b) El imperativo de corrección de oficio de «las erratas padecidas en la publicación, siempre que supongan alteración o modificación del sentido de las mismas o puedan suscitar dudas al respecto” [por cierto, creo que debería decir “la misma”, ya que se refiere a la publicación ya lanzada]. Es decir, sólo se va a imponer la guillotina cuando la Secretaría General Técnica-Secretariado del Gobierno y la Agencia Estatal del Boletín Oficial del Estado (órganos determinados nominativamente), observen que el fallo va a generar vacilaciones o modificaciones (no queridas) en la voluntad objetiva de la norma.

Aunque algún lector ya le buscará los tres pies al gato, la práctica (con excepciones, como por cierto señala Vaquer en pp. 59-60) suele ser anodina: números equivocados, apartados que no concuerdan, fechas (vaya, aquí hay que ir con cuidado), tablas desajustadas, palabras desaparecidas, etcétera. De todos modos, ya aviso que si desean ustedes pasar una bella tarde primaveral examinando correcciones de errores, los buscapleitos hallarán alimento nutritivo para sus elucubraciones.

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Sábados exclusivos***.

Dissabtes exclusius***